lunes, 18 de mayo de 2009

Mi confrontación con la docencia.

Pongo ahora, a su respetable consideración, mi experiencia como profesional.
En el pueblo donde nací y estudié hasta los once años para concluir mi educación primaria, a los hijos de agricultor se nos consideraba como futuros agricultores, o si lograbas salir del pueblo para estudiar, se te etiquetaba el magisterio como profesión.
Yo salí del pueblo a estudiar, pero con la idea de ser ingeniero agrónomo, lo cual, por falta de recursos, no pude concluir. Cursando el tercer semestre de preparatoria me vi obligado a ingresar al CONAFE para ocupar el puesto de instructor comunitario; fueron mis inicios en la docencia. En la sierra Tarahumara comencé a experimentar satisfacción con esta profesión, así que, cuando llegó la hora de aprovechar la beca de estudio, escogí “profesor de educación primaria”.
Fueron sólo dos años de preparación en curso intensivo (incluyendo vacaciones de verano); de arduo pero agradable trabajo.
Dos días después de graduarme como profesor de educación primaria en el Centro de Capacitación del Magisterio No. 8 de Chihuahua, ya tenía a mi cargo el grupo de cuarto año en la escuela primaria “Juventino Rosas” de Moris, Chih. Ahí, ya con un solo grupo a mi cargo, comencé a saborear la profesión: reconocimiento por parte de alumnos, padres y compañeros.
Esa misma satisfacción la tuve en gran porcentaje de los días de los veintidós años que laboré como profesor en el nivel de secundaria. El que me llamaran “profe” donde se me encontrara, se me reconociera mi trabajo en actividades extraescolares, que los alumnos cursaran el nivel medio superior con reconocido desempeño, que los exalumnos me buscaran para agradecerme el haber participado en su formación como profesionistas, fueron en aquel entonces, mis alicientes.
Tengo apenas cinco semestres como docente en educación media superior. En este nivel, considero, es menos el agradecimiento, porque los alumnos hacen por sí mismos la mayoría de las cosas en que destacan. El saberlos seleccionados para cursar una carrera universitaria, tecnológica o normalista es motivo de satisfacción; el compartir con ellos el triunfo en un concurso académico es estímulo para seguir tratando de hacer las cosas bien; el que te organicen una fiesta el día de tu cumpleaños o te den una palabra de consuelo cuando las cosas no nadan bien, son detalle que te hacen seguir contento en esta profesión.
En contraparte, cuando un grupo resulta con bajo nivel de aprovechamiento, cuando un alumno abandona la escuela porque no pude inculcarle el sentido del estudio, cuando no son seleccionados en la carrera que pensaban seguir, siento que no estoy cumpliendo cabalmente con mi función. Pero para eso estamos aquí: para superarnos.
Cordialmente:
Edmundo Hernández Cataño

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